martes, 10 de julio de 2012

LA TOLERANCIA, LA NO INJERENCIA, LA INTERCULTURALIDAD, EL RESPETO A LOS DEMÁS


Para aquellos que conocimos la disciplina antropológica partiendo del relativismo cultural como una de sus piedras angulares, nos generar sorpresa que no se entienda y sea ahora retratado de modo negativo. Cualquier discusión acerca del relativismo cultural topa con los valores universales favoritos de Occidente: los derechos humanos, y termina invocando una serie de casos extremos, como la infibulación vaginal o la ablación del clítoris, así como el uso del velo o la lapidación de los adúlteros. Todos esos ejemplos, que merecen considerarse detenidamente y que no son objeto de condena .– tampoco defensa.—por parte de los que se aproximan a ello por medio de una perspectiva relativista.
El relativismo es una posición filosófica que sostiene en ciertos aspectos que no existen hechos o principios universales compartidos por todas las culturas humanas. En general las discusiones sobre el relativismo se centran en aspectos particulares.
Tradicionalmente se ha considerado que existen dos posiciones opuestas respecto a la naturaleza de la sociedad y los aspectos humanos, o por lo menos a ciertos hechos sociales: el objetivismo y el relativismo.
El objetivismo es la pretensión de que la verdad es independiente de las personas o grupos que la piensan, o en una forma más lógicamente menos restrictiva, la pretensión de que existen algunos hechos objetivos en los que existe acuerdo universal. Por otro lado, el relativismo considera que la verdad depende o está en relación con el sujeto, que la experimenta, y que en ciertos aspectos no tiene acuerdos universales compartidos por todos los seres humanos.
Es preciso tener cuidado con la definición del relativismo, así, por ejemplo, no es relativismo aceptar que existen muchas opiniones acerca de las mismas cosas, esto es obvio y nadie lo ha negado. El relativismo aparece cuando a continuación decimos que dichas opiniones son verdaderas si a las personas que las defienden les parecen verdaderas. El relativismo mantiene que existen muchas "verdades" o formas de conceptualizar ciertos hechos sociales, en general incompatibles entre ellas.
Por un lado están los antropólogos que observan, describen, analizan o interpretan; por otro, aquellos que se dedican a la antropología aplicada y analizan, colaboran e intervienen a favor de aquellos grupos, sociedades o culturas que tienen más dificultades en defenderse a sí mismos.
Es necesario aclarar que el relativismo cultural no es una metodología de trabajo neutra. De hecho el relativismo cultural ofrece una poderosa plataforma desde la que atacar el racismo y etnocentrismo que caracterizan las sociedades occidentales.
Bajo el manto de la defensa de los Derechos Humanos, tal como muestra Goodale (2006), se extiende el modelo neoliberal como si éste fuera algo natural o la única alternativa posible.
Según Geertz el problema no era tanto ser relativista como anti anti-relativista: .“Los antropólogos han sido los primeros en insistir en una serie de puntos:
En que el mundo no se divide en personas religiosas y personas supersticiosas;
En que puede haber orden político sin poder centralizado, y justicia sin códigos;
En que las leyes a que ha de someterse la razón no fueron privativas de Grecia y que no fue en Inglaterra donde la moral alcanzó el punto más alto de su evolución.
Y, lo que es más importante, fueron también los primeros en insistir en que unos y otros vemos las vidas de los demás a través de los cristales de nuestras propias lentes. [.…].
Lo que reprochamos al antirrelativismo no es que rechace una aproximación al conocimiento que siga el principio de “todo es según el color del cristal con que se mira”, o un enfoque de la moralidad que se atenga al proverbio. “donde fueres haz lo que vieres”. Lo que le objetamos es que piense que tales actitudes únicamente pueden ser derrotadas colocando la moral más allá de la cultura, separando el conocimiento de una y otra. Esto ya no resulta posible. Si lo que queríamos eran verdades caseras, deberíamos habernos quedado en casa.
La antropología, como dice Néstor García Canclini, es una disciplina que cuando quiere estudiar la ciudad no la sobrevuela, como los sociólogos, o la recorre desde el centro hacia el extrarradio, como los historiadores, sino que simplemente pasea por sus calles, y deambulando por ellas, me atrevo a añadir, aprendemos de las experiencias de las otras personas que las transitan. Así crece la antropología, día a día.
Si analizamos esta compleja situación, nos encontramos con dos hechos evidentes y contradictorios: por un lado el ejercicio de los Derechos Humanos corresponde al hombre individualmente o colectivamente, pero su garantía, defensa y puesta en práctica pertenece a los Estados o a los grupos políticos o económicos, que disponen de la forma efectiva de los resortes del poder. Es una constante histórica que el poder se ejerce casi siempre en beneficio única y exclusivamente de aquellos que lo monopolizan. Por tanto, los Derechos Humanos son, en la práctica, manipulados arbitrariamente por los poderosos. Solo donde y cuando el ciudadano participa efectivamente en el ejercicio del poder, el disfrute de los Derechos Humanos puede cobrar auténtica realidad.

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