Para
aquellos que conocimos la disciplina antropológica partiendo del
relativismo cultural como una de sus piedras angulares, nos generar
sorpresa que no se entienda y sea ahora retratado de modo negativo.
Cualquier discusión acerca del relativismo cultural topa con los
valores universales favoritos de Occidente: los derechos humanos, y
termina invocando una serie de casos extremos, como la infibulación
vaginal o la ablación del clítoris, así como el uso del velo o la
lapidación de los adúlteros. Todos esos ejemplos, que merecen
considerarse detenidamente y que no son objeto de condena .–
tampoco defensa.—por parte de los que se aproximan a ello por medio
de una perspectiva relativista.
El
relativismo
es una posición filosófica que sostiene en ciertos aspectos que no
existen hechos o principios universales compartidos por todas las
culturas humanas. En general las discusiones sobre el relativismo se
centran en aspectos particulares.
Tradicionalmente
se ha considerado que existen dos posiciones opuestas respecto a la
naturaleza de la sociedad y los aspectos humanos, o por lo menos a
ciertos hechos sociales: el objetivismo y el relativismo.
El
objetivismo es la pretensión de que la verdad es independiente de
las personas o grupos que la piensan, o en una forma más lógicamente
menos restrictiva, la pretensión de que existen algunos hechos
objetivos en los que existe acuerdo universal. Por otro lado, el
relativismo
considera que la verdad depende o está en relación con el sujeto,
que la experimenta, y que en ciertos aspectos no tiene acuerdos
universales compartidos por todos los seres humanos.
Es
preciso tener cuidado con la definición del relativismo, así, por
ejemplo, no es relativismo aceptar que existen muchas opiniones
acerca de las mismas cosas, esto es obvio y nadie lo ha negado. El
relativismo aparece cuando a continuación decimos que dichas
opiniones son verdaderas si a las personas que las defienden les
parecen verdaderas. El relativismo mantiene que existen muchas
"verdades" o formas de conceptualizar ciertos hechos
sociales, en general incompatibles entre ellas.
Por
un lado están los antropólogos que observan, describen, analizan o
interpretan; por otro, aquellos que se dedican a la antropología
aplicada y analizan, colaboran e intervienen a favor de aquellos
grupos, sociedades o culturas que tienen más dificultades en
defenderse a sí mismos.
Es
necesario aclarar que el relativismo cultural no es una metodología
de trabajo neutra. De hecho el relativismo cultural ofrece una
poderosa plataforma desde la que atacar el racismo y etnocentrismo
que caracterizan las sociedades occidentales.
Bajo
el manto de la defensa de los Derechos Humanos, tal como muestra
Goodale (2006), se extiende el modelo neoliberal como si éste fuera
algo natural o la única alternativa posible.
Según
Geertz el problema no era tanto ser relativista como anti
anti-relativista: .“Los antropólogos han sido los primeros en
insistir en una serie de puntos:
En
que el mundo no se divide en personas religiosas y personas
supersticiosas;
En
que puede haber orden político sin poder centralizado, y justicia
sin códigos;
En
que las leyes a que ha de someterse la razón no fueron privativas de
Grecia y que no fue en Inglaterra donde la moral alcanzó el punto
más alto de su evolución.
Y,
lo que es más importante, fueron también los primeros en insistir
en que unos y otros vemos las vidas de los demás a través de los
cristales de nuestras propias lentes. [.…].
Lo
que reprochamos al antirrelativismo no es que rechace una
aproximación al conocimiento que siga el principio de “todo es
según el color del cristal con que se mira”, o un enfoque de la
moralidad que se atenga al proverbio. “donde fueres haz lo que
vieres”. Lo que le objetamos es que piense que tales actitudes
únicamente pueden ser derrotadas colocando la moral más allá de la
cultura, separando el conocimiento de una y otra. Esto ya no resulta
posible. Si lo que queríamos eran verdades caseras, deberíamos
habernos quedado en casa.
”La
antropología, como dice Néstor García Canclini, es una disciplina
que cuando quiere estudiar la ciudad no la sobrevuela, como los
sociólogos, o la recorre desde el centro hacia el extrarradio, como
los historiadores, sino que simplemente pasea por sus calles, y
deambulando por ellas, me atrevo a añadir, aprendemos de las
experiencias de las otras personas que las transitan. Así crece la
antropología, día a día.
Si
analizamos esta compleja situación, nos encontramos con dos hechos
evidentes y contradictorios: por un lado el ejercicio de los Derechos
Humanos
corresponde al hombre individualmente o colectivamente, pero su
garantía, defensa y puesta en práctica pertenece a los Estados o a
los grupos políticos o económicos, que disponen de la forma
efectiva de los resortes del poder. Es una constante histórica que
el poder se ejerce casi siempre en beneficio única y exclusivamente
de aquellos que lo monopolizan. Por tanto, los Derechos
Humanos son,
en la práctica, manipulados arbitrariamente por los poderosos. Solo
donde y cuando el ciudadano participa efectivamente en el ejercicio
del poder, el disfrute de los Derechos Humanos puede cobrar auténtica
realidad.
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